Siempre he intentado huir de los clichés. De adolescente, en plena época del grunge, yo iba con faldas de talle alto y jerséis y chalecos. Sí, sí, rollo Peggy Olson de «Mad Men». Aunque admito que sucumbí a unas Mary Jane de Doctor Martens que todavía conservo.
Así, siempre he detestado San Valentín, si bien he amado esa celebración cuando he vivido fuera, soy poco del brunch y el brainer, no me gustan los macarons y soy más de hacer regalos cuando me apetece (esos momentos en que ves algo y dices: ¡eso tiene que tenerlo mi amiga!) que cuando toca. Halloween lo he vivido en USA y creo que fue clave. Allí la experiencia fue sublime, desde comprar las calabazas y decorarlas a irme con los niños, disfrazada de bruja, puerta a puerta a pedir caramelos. Cada celebración tiene su lugar… pero fue en ese momento cuando me pregunté: ¿Y el día de Acción de Gracias? ¿Cómo sería? Pues hace dos años estuve en Montreal, en Canadá, coincidiendo con esa fecha y me cautivó.
Acción de Gracias, o Thanksgiving como lo llaman en inglés, nació como una manera de reunirse, antes de la llegada del frío, para juntar a toda la familia al menos una vez al año (incluso prefieren hacerlo este día que en Navidad. Pensemos que allí muchas familias viven dispersas en distintos estados a muchísimos quilómetros unos de otros). La celebración tiene lugar cada cuarto jueves del mes de noviembre y sí, comen pavo, puré de patatas, batatas caramelizadas y judías verdes o zanahorias glaseadas y panecillos de acompañamiento. El postre típico es el pastel de calabaza o de nueces pacanas. Cada familia, claro, modifica como quiera su menú.
Como cada vez, incluso en España, somos más cosmopolitas y tenemos amigos de distintas nacionalidades, que luego para Navidad vuelven a sus países para visitar a sus familiares, son muchos los grupos de amigos que celebran su propia Acción de Gracias.
Este año disfruté de la festividad con amigos escandinavos, dos islandeses y una sueca. Silja, de Reykjavik, preparó un pollo con verduras exquisito y suerte que estaba Jón, procedente de la misma ciudad, aunque ambos no se han conocido hasta convivir en Barcelona bajo el mismo techo, para cortar los filetes de carne… Yo pasé estragos para preparar una tarta de crema y frutos rojos. Bueno, salió bien, pero el problema fue llevarla hasta la casa de Josefine, sueca y anfitriona de la velada, sin romperla… pero es el sabor lo que importa, ¿no? Y también hicimos ensalada, había vino, champán…Y, al igual que ocurre en USA, comimos mucho, reímos más y nos fuimos a casa con tuppers que, durante dos días, me han seguido haciendo sentir en Thanksgiving. Una festividad única que, incluso si no tiene lugar en la fecha que toca, vale la pena simular y apreciar también la llegada de los días de frío en qué lo mejor será ver pelis, cocinar y tomar un buen vino bajo la manta del sofá. ¡En compañía, eso sí!
Fotos: Anna Tomàs