“Cuando escuchaba ABBA hace ya unas décadas, tenía mis prejuicios hacia ellos, pues yo bebía del rock en su sentido más amplio y contundente. ABBA me parecían banales. Con el tiempo, comprendí que de banales nada, lo suyo era hacer canciones simples, sensitivas y que apelaban a la cotidianidad y los sueños de una parte amplia del público, sin importar el género ni la edad”. Así apunta el jefe de cultura de El Punt Avui, Jaume Vidal, a la mitomanía hacia el grupo sueco más súperventas.
Precisamente Jaume y yo, junto a la gran mayoría de medios de Barcelona, estuvimos hace poco más de un año en Estocolmo, donde se ubica el museo ABBA. Esa visita de prensa nos dejó a todos anonadados, tanto por la belleza de la capital sueca, como por la noticia de la existencia de ese museo, que no pudimos visitar y que se quedó como una espinita clavada.
A mí, ABBA me lleva a tres momentos: las luces de la Gran Vía de Madrid, donde vi el musical; los trajes de glam rock que muestro en clase cuando hablo de los setenta (atención a la psicodelia paralela de David Bowie), y especialmente a la música y esos «Chiquitita», «Super Trouper» y evidentemente «Mamma mia» que sonaban por mi hogar gracias a la pasión de mi madre por el grupo y que a mí, patosa bailarina, me costaron más de un coscorrón. Con sonrisa y no lloro, curioso sea.
Después de aquel viaje de prensa, y dada esa dichosa espinita, he vuelto a Estocolmo y he podido visitar el museo, que abrió sus puertas en 2013 en la isla de Djurgården. Es algo único, que cada dos por tres me hacía decir “Mamma mia”. Es más que una experiencia, se trata de una exposición moderna e interactiva en la que han reunido los trajes, las canciones, las letras, las películas, los musicales y, en definitiva, todo el mundo ABBA en el ya existente Swedish Music Hall of Fame.
Sí, decía yo, interactiva. Los visitantes tenemos (tuve, y ya lo hecho de menos) la oportunidad de cantar los éxitos de ABBA junto a hologramas del grupo a tamaño natural, y luego descargarnos, durante una semana, las imágenes de nuestro periplo que incluye ese karaoke, en su meca, a nuestra cuenta de correo de Internet.
Así podemos revivir esa gloria de «Waterloo», «Dancing Queen» y otros éxitos sin fecha de caducidad tantas veces como queramos. Es más, el museo cuenta con una pista de baile de la década de los 70 para practicar los movimientos, audiciones para un «quinto» miembro de la banda y ofrece la posibilidad de sentarse dentro del famoso helicóptero que salía en la portada del disco «Arrival».
¿Quién da más?
Thanks for the music.
So I say
Thank you for the music, the songs I’m singing
Thanks for all the joy they’re bringing
Who can live without it, I ask in all honesty
What would life be?
Without a song or a dance what are we?
So I say thank you for the music
For giving it to me